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El estudio: trabajo y servicio

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Alocución de Juan Pablo II a los estudiantes

El término “servicio” es toda una clave de lectura para comprender los otros dos vocablos que lo preceden. El estudio y el trabajo, en efecto, presuponen una actitud personal de disponibilidad y de entrega que es lo que llamamos precisamente servicio. Se trata de una dimensión que debe caracterizar el modo de ser de la persona, como pone de evidencia el Concilio Vaticano II al afirmar que solamente a través del sincero don de sí puede la criatura humana realizarse plenamente (cfr Gaudium et spes, n. 24).

Con esta apertura a los hermanos, cada uno de vosotros, queridos jóvenes, perfecciona —gracias también al estudio y al trabajo— los aspectos fundamentales de la propia misión, utilizando los talentos que Dios generosamente le ha confiado.

¡Qué útiles resultan, a este propósito, las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, de quien este año se celebra el centenario del nacimiento! Muchas veces subrayaba que en el Evangelio Jesús es conocido como el carpintero (cfr Mc 6, 3), más aún, como el hijo del carpintero (cfr Mt 13, 55). Aprendiz en la escuela de José, el Hijo de Dios hace del trabajo manual no sólo una necesaria fuente de subsistencia, sino un “servicio” a la humanidad y, en la práctica, un elemento integrante del designio salvífico. Y es así un ejemplo y un estímulo para que cada uno de nosotros, siguiendo su vocación específica, haga rendir sus propias facultades, poniéndolas al servicio del prójimo.

3. En estos días de la Semana Santa, la reflexión de los creyentes está centrada en el misterio de la Cruz. A su luz podemos comprender mejor el valor del servicio, del trabajo y, para vosotros, queridos jóvenes, también del estudio. La Cruz es símbolo de un amor que se hace don total y gratuito.

¿Acaso no es precisamente la Cruz el testimonio del amor de Cristo por nosotros? La Cruz es una silenciosa cátedra de amor junto a la que se aprende a amar de verdad. Siguiendo a Cristo, Rey Crucificado, los creyentes aprenden que “reinar” es servir buscando el bien de los demás, y descubren que en el don sincero de sí se expresa el sentido auténtico del amor. San Pablo nos repite que Jesús nos ha amado y se ha dado a sí mismo por nosotros (cfr Gal 2, 20).

“Esta dignidad del trabajo —decía el Beato Escrivá— está fundada en el Amor”. Y continuaba: “El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido (…) El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor” (Es Cristo que pasa, 48).

Cuando, siguiendo este itinerario espiritual, se estudia y se trabaja con seriedad, se es realmente sal de la tierra y luz del mundo
(cfr Mt 5, 13-14). Y es ésta la invitación que dirige a vosotros jóvenes el tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud: ser sal de la tierra y luz del mundo en la existencia cotidiana.

Se trata de un camino difícil, que con frecuencia contrasta con la mentalidad de vuestros coetáneos. Supone ciertamente ir contracorriente respecto a los comportamientos y las modas hoy dominantes.

4. ¡Queridos jóvenes! No os maraville todo esto: el misterio de la Cruz educa en un modo de ser y de obrar que no se ajusta al espíritu de este mundo. Por esto el Apóstol nos pone bien en guardia: “Y no os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto” (Rm 12, 2).


Resistid, queridos jóvenes del UNIV, a la tentación de la mediocridad y del conformismo.

Sólo así podréis hacer de la vida un don y un servicio a la humanidad; sólo de este modo contribuiréis a aliviar las heridas y los sufrimientos de tantos pobres y marginados como sigue habiendo en este mundo nuestro tecnológicamente avanzado.

Dejad, por tanto, que sea la Ley de Dios la que os oriente hoy en el estudio y mañana en la actividad profesional. Así resplandecerá “vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt 5, 16).

Para que todo esto sea posible es necesario poner en primer lugar la oración, diálogo íntimo con Él, que os llama a ser sus discípulos. Sed chicos y chicas de actividad generosa, pero también, al mismo tiempo, de profunda contemplación del misterio de Dios.

Haced de la Eucaristía el centro de vuestra jornada. En unión con el sacrificio de la Cruz, que en la Eucaristía se representa, ofreced el estudio y el trabajo para ser vosotros mismos “victimas espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pt 2, 5).

Junto a vosotros, como junto a Jesús, está siempre María. A Ella, Ancilla Domini y Sedes Sapientiae, confío vuestros propósitos y deseos. Por mi parte, os aseguro un constante recuerdo en la oración y os deseo un fecundo Triduo Pascual y una Santa Pascua. Con estos sentimientos, de corazón os bendigo a todos. (Congreso UNIV)



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